En el transcurso del siglo XIX los Estados occidentales se apoyaron en las ciencias naturales y sociales para crear mecanismos de control y disciplinamiento que reforzaron la noción de normalidad. Por medio de los conocimientos científicos se definieron las prácticas en torno a todo aquello que se relaciona con la anormalidad y que se intenta contener por medio de instituciones (prisiones, psiquiátricos y residencias) o eliminar por métodos científicos (eugenesia y esterilizaciones forzadas). Para diseminar las nociones de normalidad-civilización-progreso versus anormalidad-barbarie-atraso, se crearon dos instituciones que tuvieron un impacto importante: los zoo humanos y los freakshows; el dejo colonial de ambas aún se percibe en el racismo y clasismo que persiste en nuestras sociedades, en particular cuando se tocan algunas cuestiones relacionadas con la discapacidad.
Pareciera ser que hablar sobre dichos temas corresponde a sucesos ocurridos en el pasado, sin embargo en las últimas décadas estos discursos y prácticas se han reactivado a partir de los descubrimientos en torno al genoma humano y a los adelantos en la ingeniería genética.
Ante los discursos de la “nueva normalidad”, impulsados por diversos Estados como consecuencias de la pandemia del COVID-19, la anormalidad adquiere nuevos significados que van de la mano con prácticas de distanciamiento social y enclaustramientos voluntarios para evitar el contagio. En este contexto, no está de más recordar que, al igual que los anormales de hace un siglo, nos encontramos frente al paredón de fusilamiento.
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